En tensa calma transcurren las horas en la frontera entre República Dominicana y Haití, luego de la disposición del Ejecutivo de sellar el espacio terrestre, aéreo y marítimo, como represalia a la construcción unilateral por parte del gobierno haitiano, de un canal que pretende desviar las aguas del río Masacre.
Los diferentes puntos fronterizos se mantienen custodiados por un contingente militar, que ha garantizado, en voz de sus altos mandos, la soberanía nacional.
Sin embargo, el conflicto binacional, que dejaría perdidas millonarias para la República Dominicana, llega en momentos en que el diálogo entre ambas naciones se rompió, por el supuesto incumplimiento de los tratados a finales de la década de 1920.
Ambas partes se escudan en “derechos” y tratados, que fueron firmados para evitar, precisamente, conflictos como el que se escenifica actualmente.
Para entender la génesis y la historia fronteriza, así como los diferentes tratados vigentes, debemos remontarnos al recorrido que hiciera este medio en “Un Viaje a la Historia”, en el que se muestran todos los detalles de cómo se formó la línea divisoria y que a continuación presentamos.
La frontera entre la República Dominicana y Haití, fue por muchos años un tema de conflictos y lucha de intereses, entre dos monarquías que medían fuerzas, no solo en Europa, sino en la isla de Santo Domingo.
Desde el descubrimiento del Nuevo Mundo o el encuentro de culturas de 1492, la isla fue ocupada por los españoles colonizadores, quienes se apoderaron del basto terreno que hoy alberga dos repúblicas y donde en aquel entonces convivían los grupos aborígenes, que no conocían de divisiones ni delimitaciones territoriales.
Sin embargo, tras una serie de errores de los colonizadores españoles, Francia aprovechó algunas brechas para hacerse del control de la parte occidental de la isla, como vimos en aquel capítulo de Un Viaje a la Historia, auspiciado por la Fundación Corripio.
Aprovechando la brecha dejada por los españoles en la parte occidental de la isla, tras las devastaciones de Osorio en 1605, que buscaban eliminar el comercio ilegal y acercando esas comunidades a la Ciudad de Santo Domingo, Francia ocupó parte de esos terrenos e instauró desde allí, su propia colonia.
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Durante ese período, las naves francesas llegaron a la costa norte de la isla de Santo Domingo con el fin de continuar su habitual negocio con los habitantes dominicanos de la zona, pero encontraron todo devastado.
España no tardó en darse cuenta del grave error que había cometido, sin embargo, ya era demasiado tarde, ya que resultaba cada vez más difícil, para una corona que perdía fuerzas en la isla, enfrentar en este territorio a los sus contrincantes francoparlantes.
Durante los siglos XVI y XVII, en el espacio insular se entrecruzaron tres etnias y culturas diferentes: la aborigen, la europea y la africana. El fenómeno dio lugar al surgimiento y desarrollo de una sociedad colonial que, desde sus orígenes, se sustentó sobre la mano de obra esclava primero de los indígenas y luego de los africanos.
Mientras, en Europa los conflictos entre España y Francia tuvieron un inevitable impacto en las colonias española y francesa en la isla de Santo Domingo que, durante los siglos XVII y XVIII, fue, según historiadores, como una extensión de los campos de batalla europeos. Así, la frontera establecida entre las dos colonias se convirtió en una especie de prolongación de los conflictos en los Pirineos, las montañas que delimitan la frontera entre España y Francia.
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Esta situación impulsó la necesidad de delimitar los territorios entre ambas naciones europeas, ya que, aunque los españoles llevaban más de siglo y medio gobernando la isla, los franceses ya controlaban parte del territorio, sin el control de las autoridades en la parte oriental.
El primer intento para fijar una línea divisoria en la isla tuvo lugar en 1678, poco después del Tratado o Paz de Nimega, firmado entre España, Francia y Holanda con la intermediación de Inglaterra y de la Santa Sede. Aun cuando en el instrumento jurídico suscrito entre España y Francia nada se estipuló en relación con la isla de Santo Domingo, se dice que a partir de ese momento comenzó de manera oficiosa el reconocimiento de la presencia francesa en la parte occidental.
Enterado sobre los pormenores de la paz de Nimega, el gobernador de la colonia española, Francisco Segura Sandoval, nombró un representante para que se dirigiera a la isla de La Tortuga, controlada por los franceses, y comunicara a su gobernador, Neveu De Pouancey, los términos del acuerdo recién firmado entre España y Francia. La parte francesa aprovechó esa oportunidad para proponer la redacción de un acta con el objetivo de evitar “que los unos no hagan daño a los otros”, y entonces se designó el río Guayubín -conocido por los franceses como Rebouc-, como la línea de demarcación provisional entre los territorios de ambas colonias.
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Aunque el acuerdo de 1678 no constituyó un acto de derecho, sino más bien un simple convenio provisional entre las colonia española y francesa, existe una creencia generalizada en el sentido de que España reconoció la ocupación francesa de la parte occidental de la isla de Santo Domingo mediante el Tratado de paz de Ryswick, que tuvo lugar el 20 de septiembre de 1697.
En realidad, esa creencia es errada, ya que el Tratado de Ryswick, firmado en el Castillo de Ryswick, Holanda, al final de la Guerra de los Nueve Años, no hace mención en parte de la isla de Santo Domingo ni incluye una cláusula reconociendo la presencia francesa en la isla.
Un destacado historiador y jurista dominicano sostuvo que el Tratado de Ryswick marcó el inicio de una nueva etapa en la disputa fronteriza que culminó cincuenta años después con la cesión definitiva de la porción occidental de la isla a Francia.
En verdad, los franceses interpretaron de manera conveniente una cláusula del referido Tratado, según la cual las naciones involucradas en el conflicto bélico quedarían en posesión de los territorios ocupados legalmente previo a las hostilidades. Pero esta evidentemente tal prerrogativa no aplicaba a Santo Domingo, ya que desde mediados del siglo XVII los franceses ocupaban ilegalmente la parte occidental de la isla.
En el año 1731, las autoridades de las colonias española y francesa acordaron trazar una línea fronteriza, que fuera reconocida por sus respectivas metrópolis, mediante la cual los ríos Dajabón, en el norte, y Libón y Artibonito, en el sur, serían la línea divisoria entre las dos colonias.
Este convenio inter colonial, sin embargo, sólo tuvo validez en el marco de la isla, ya que no contó con el reconocimiento oficial de la monarquía española.
Finalmente, en 1776, los gobernadores de ambas colonias se reunieron en el poblado español de San Miguel de la Atalaya y suscribieron, siempre con carácter provisional, una suerte de Arreglo de Límites fronterizos.
En materia de división fronteriza, el Acuerdo de 1776 fue la piedra angular de todo cuanto se acordó al siguiente año en Aranjuez, pues los representantes de España y Francia prácticamente acogieron en toda su extensión los términos de las negociaciones llevadas a cabo en San Miguel de la Atalaya, con el fin de arribar a la solución definitiva de los conflictos fronterizos que se habían iniciado desde 1630.
El texto fue remitido el 29 de febrero al castillo de Aranjuez en España, donde fue aceptado y ratificado por representantes de las Cortes de España y Francia, el 3 de junio de 1777.
Conocido como el Tratado de Aranjuez, fue el convenio mediante el cual formalmente España reconoció la ocupación francesa de la parte occidental de la isla de Santo Domingo, finalizando así más de un siglo de disputas y choques fronterizos entre dominicanos españoles y franceses de la parte oeste.
El artículo primero del tratado de Aranjuez especificó que “quedarán por limites perpetuos e invariables entre las dos naciones la boca del río Dajabón o Masacre por la parte norte, y por la del sur la boca del río Pedernales o Anse à Pitre; mientras que el artículo segundo determinó que en las orillas de ambos ríos serían colocadas 221 pirámides, mojones y señales.
Las dos pirámides número 1 fueron levantadas en la desembocadura del río Dajabón o Masacre y las dos 221 en la del río Pedernales o Anse-à-Pitre. En cada pirámide, grabada en piedra, debía figurar la inscripción ‘France-España’. Se estipuló, además, que, con el fin de garantizar y hacer respetar la línea fronteriza, fuera promulgado un bando amenazando con la pena de muerte a todo el que arrancara o tratara de desaparecer una de las pirámides.
El Tratado de Aranjuez, en cierto modo, legitimó la usurpación francesa de la parte occidental de la isla. Y aunque fijó una demarcación considerada entonces como definitiva, fue también el punto de partida para nuevas confrontaciones, ya que Francia nunca estuvo satisfecha con la pequeña porción de tierra que había ocupado ilegalmente en la isla de Santo Domingo.