Es la pascua de las balas y los pistolas, el gran congreso de las municiones y los fusiles, la principal asamblea de la que se hace llamar «la organización más antigua de derechos civiles del país» que por más de 150 años ha defendido uno solo: la posesión y el porte de las armas.
Ha sido por décadas uno de los lobbies más influyentes en la vida y en la política de Estados Unidos, pero también uno de los más controvertidos: numerosos grupos la señalan de corrupción, de cabildear e invertir sumas millonarias tanto en gastos personales de sus líderes como en impedir que se pasen legislaciones que regulen el acceso a las armas.
Este año, una tragedia cercana ensombrece de forma peculiar su cumbre, la primera tras dos años de pandemia.
En el mismo estado donde la NRA ha convocado a sus miembros para celebrar la puntería y los calibres, para mostrar los últimos avances en tiro y armamento, un numeroso grupo de familias todavía vela y se despide de 19 niños y dos maestras muertos en un tiroteo.
«Texas entera debería estar de luto por esta tragedia y, en cambio, viene gente de todo Estados Unidos aquí a rendirle culto a las armas», le dice a BBC Mundo Lauren Jackson, una mujer que ha llegado a protestar contra el evento con una pancarta con una foto de sus hijos en la que dice que quiere verlos crecer.
Y es que el pasado martes, a poco más de 400 kilómetros de Houston, en Uvalde, un pueblo perdido en la frontera de Texas con México, un joven de 18 años se coló en una escuela primaria y mató a 21 personas.
Tras el tiroteo, la NRA lamentó el suceso y expresó sus simpatías con las víctimas, aunque indicó que mantendría su convención programada para tres días más tarde, pese a los múltiples llamados a que cancelara el evento en respeto a las víctimas y sus familias.
«Aunque se está llevando a cabo una investigación (…), reconocemos que este fue el acto de un criminal solitario y trastornado», escribió la NRA en un comunicado tras el tiroteo.
«Cuando nos reunamos en Houston, reflexionaremos sobre estos eventos, oraremos por las víctimas, reconoceremos a nuestros miembros patrióticos y nos comprometeremos a redoblar nuestro compromiso para hacer que nuestras escuelas sean seguras», agregó.
Aunque suele haber manifestaciones en contra de las convenciones de la NRA, medios locales estiman que las protestas ocurridas el viernes fueron las mayores desde 1999, cuando la organización decidió realizar su convención en Denver, solo un mes después de la masacre de Columbine.
Varios artistas y algunas de las personalidades invitadas al evento de este año (entre ellas el gobernador de Texas, Greg Abbott) cancelaron finalmente su participación.
Incluso algunas empresas de armamento, como Daniel Defense, la fabricante del fusil utilizado en Uvalde, también decidieron no asistir por considerar que esta semana «no era el momento apropiado para promover sus productos en Texas».
Pero, según le contó a BBC Mundo Johnny Ferguson, un miembro de la NRA, poco importaba quién faltara si las «principales estrellas» iban a estar: «los que amamos realmente las armas y no aceptamos presiones, y nuestro presidente Donald Trump».
Un país dividido
Desde las noche del jueves, en los alrededores del centro de convenciones George R. Brown de Houston se notaba un movimiento inusual: policías y agentes de seguridad bloqueaban aceras y cerraban tramos en preparación para el gran evento del viernes.
Pero al día siguiente, la avenida de las Américas, una de las principales de la ciudad, se volvió también una zanja física: la metáfora del profundo cisma que divide a Estados Unidos.
De un lado de la calle, centenares de personas, en su mayoría ancianos, hombres, blancos y barbudos, caminaban con atuendos de colores vivos con símbolos patrios hacia el centro de convenciones.
En la acera del frente, otros cientos de personas, en su mayoría jóvenes de todos los sexos y colores, se agrupaban con pancartas para gritarles improperios a los que marchaban al evento del otro lado de la calle.
«Es triste decirlo, pero esto es Estados Unidos, esta sociedad dividida que no parece ponerse de acuerdo en nada», le dice a BBC Mundo Ashton Wood, uno de los organizadores de la protesta.
«Es muy difícil, porque todos los que estamos aquí, tanto los que están al frente como nosotros, creemos que lo que estamos haciendo es por el bien de nuestro país, de nuestros niños y de nuestra sociedad, aunque no podemos estar más lejos en la forma», señala.
Visiones encontradas
Ferguson dice que ha recorrido kilómetros para llegar hasta aquí desde Kentucky, que no podía faltar porque «no hay mayor libertad que la libertad de defender tus armas».
Lleva una gorra de veterano de la Guerra del Golfo y una camiseta con un letrero que equipara los tiroteos en las escuelas con el aborto.
«Me asombra que la gente se queje de las armas cuando matan a niños en la escuela y no protesten por los niños que matan sin nacer», dice repitiendo el mensaje que lleva en la ropa.
«Las armas no son las que matan. Matan las personas, no entiendo por qué habría que regular el acceso a las armas», alega.
Renee Harrison lleva también una camiseta roja, pero, a diferencia de Ferguson, critica lo que llama la «hipocresía de los políticos», que buscan mecanismos para frenar el aborto en el país mientras «se cruzan de brazos cuando los niños mueren a tiros en las escuelas».
«Necesitamos que se tomen medidas urgentes. No podemos ser el país que prohíbe el aborto, que les prohíbe a los jóvenes comprar una cerveza hasta los 21 años y que a los 18 ya les vende un arma de guerra», dice.
Laurie Fortson es también miembro de la NRA y opina que tiroteos como el de Uvalde, lejos de promover regulaciones, deberían llevar a los estadounidenses a comprar más armas.
«Ante tiroteos como este, debemos comprar más armas«, le dice a BBC Mundo.
«Es una forma de estar protegidos. Yo misma he pensado en comprarme otra arma para proteger a mis hijas y a mis nietas», dice mientras enseña la caja para guardar un revólver.
Robert (no quiere dar su apellido), otro miembro de la NRA, dice que no entiende los cuestionamientos tras el tiroteo, porque en su criterio, no está mal que los niños aprendan a usar armas.
«Los niños deberían aprender a usar armas para que las sepan utilizar bien y cuándo utilizarlas», le dice a BBC Mundo.
«Yo enseñé a mi hija a disparar desde que tenía 8 años. Aquí la ves, ahí tiene 12 años, disparando un AR-15 y mira qué puntería», explica mientras muestra un video en su teléfono en el que se ve a la niña con un fusil en un campo de tiro.
Jam Hatchete, un veterano de Vietnam, dice que él sabe lo que es una guerra, lo que es matar y por qué un fusil de asalto no debería estar en manos de cualquiera, como puede pasar en Estados Unidos.
«Hay armas que son para cazar y armas que son para matar. No hay razón para que un joven de 18 años tenga un fusil AR, cuyo objetivo es ese, matar. No hay razones para que alguien pueda comprar sin muchos controles un arma que puede hacer tanto daño», comenta.
A lo largo del día, argumentos como este se repiten de una forma u otra tanto fuera como dentro del centro de convenciones, lo mismo entre ciudadanos comunes como entre políticos.
En el parque frente al George R. Brown Center, el excandidato presidencial -y ahora aspirante al gobierno de Texas- Beto O’Rourke llamaba a sus seguidores a unirse y tomar medidas por «aquellos que serán víctimas del próximo tiroteo masivo».
Del otro lado del parque la gran estrella de la tarde fue Trump, quien repitió, no obstante, que la solución a tragedias como las de Uvalde no es restringir el acceso a las armas.
«La existencia del mal en nuestro mundo no es una razón para desarmar a los ciudadanos respetuosos de la ley. La existencia del mal es una de las mejores razones para armar a los ciudadanos respetuosos de la ley», dijo.
El expresidente también cuestionó que EE.UU. «tenga US$40.000 millones para enviar a Ucrania», pero no pueda garantizar la seguridad en las escuelas.
«Antes de construir naciones en el resto del mundo, deberíamos construir escuelas seguras para nuestros propios hijos en nuestra propia nación», dijo Trump provocando fuertes aplausos.
Para su discurso, la NRA, que promueve el libre porte de armas en EE.UU., prohibió a sus miembros que llevaran cualquier tipo de armamento.
Sin solución
La avenida de las Américas, la calle que parece dividir en dos a Estados Unidos este fin de semana, tiene un punto donde dos mundos equidistantes se reencuentran: la esquina de la Rusk Street.
Allí está Lauren Sander, una maestra de una escuela primaria de Austin que ha viajado tres horas hasta Houston con su hija, su perro y un cartel en el que se pregunta: «¿Será mi clase la próxima?».
Está allí pidiendo conversar con los miembros de la NRA que comienzan a salir de la convención poco después del final del discurso de Trump.
«Estoy agotada. No hay palabras para describir mi enojo. Esta semana me da vergüenza ser de Texas y por eso estoy aquí, para tratar de explicarles a los que defienden las armas qué se siente ser maestra y tener 22 niños de 5 años en tu salón y temer que en cualquier momento alguien pueda entrar para matarlos y para matarte», le dice a BBC Mundo.
«Vengan a escuchar a una maestra de primaria», desafía a los que salen del evento, aunque la mayoría ni siquiera la mira.
Charles, uno de los «miembros vitalicios» de la NRA que asiste a la convención con su esposa, se detiene.
Las dos visiones que enfrentan a Estados Unidos se cruzan en unos minutos en los que ninguna parte parece querer escuchar realmente a la otra.
El hombre le propone a la maestra armarse para proteger a sus alumnos. Ella responde que su rol es enseñar, no disparar, que las armas hacen daño no solo a los que matan, sino también a los que quedamos vivos.
«Cada muerte en un tiroteo es una familia destruida, amigos, vecinos que cargarán con un peso por el resto de su vida. Te lo dice alguien cuyo padre se metió un disparo en el corazón y que ha tenido que sufrir por eso el resto de su vida», dice la mujer.
En lo único que Charles y Sander parecen coincidir es en que Estados Unidos necesita hacer algo y en que las masacres como la de Uvalde se seguirán repitiendo, si no se hace nada.
Pero como los dos tienen visiones muy diferentes sobre qué hacer, terminan abruptamente la discusión y se dan la espalda.